La lengua mapuche, el Mapudungún, que significa idioma de la tierra, y su cultura, me atrapa de sobremanera. Es tan rico y tiene tanto para dar, tanto que enseñar, tanto que profundizar, que es mi intención en este artículo difundir y contarles acerca de su lírica y evitar de esta manera la propagación de un parricidio literario.
by Eleo.
Cuenta la historia (¿o será una leyenda?) que un periodista le preguntó a una machi: “¿Dónde están las pirámides de ustedes? ¿Por qué los mapuches no las construyeron, como los aztecas o los incas?”. Y ella respondió: “Te equivocas, nosotros las hicimos hacia el interior”.
Tal vez ese monumento invisible sea el que aflora actualmente en la poesía mapuche. El género, a través de la oralidad, se remonta hasta la aparición del pueblo originario, pero su expresión escrita surge recién en el siglo pasado. El ensayista Jaime Valdivieso identifica tres períodos: en las décadas iniciales fue el poema de resistencia y reivindicación de la cultura desplazada; luego vino el lamento por la pérdida de identidad; y todo confluyó, hacia fines de los años 80, en una poética de mayor elaboración literaria. El proceso no se ha detenido. Incluso en el presente es posible delimitar dos clanes distintos, representados por Elicura Chihuailaf y Jaime Huenún, quienes se disputan el liderazgo entre los poetas de la etnia, hoy por hoy galvanizados por un supuesto boom del género que es premiado, editado y distribuido sin ningún complejo cultural. Este súbito despertar, sin embargo, no está exento de tensiones y recriminaciones, un clima que finalmente ha sido el de todos los movimientos poéticos que se han abierto paso entre el rigor y la indiferencia del medio.
Elicura Chihuailaf. |
Para Chihuailaf, en cualquier circunstancia, lo más importante es la experiencia. Así se observa en su poemario De Sueños Azules y Contrasueños, reimpreso en marzo de este año por Editorial Universitaria. Sus versos trasuntan la cosmovisión aprendida de sus abuelos y padres, sobre todo el conocimiento de la naturaleza austral y de los mitos fundacionales de su pueblo; pero, asimismo, hablan de su visión personal del tiempo, el amor y la muerte. Si bien no se concibe como un poeta de investigación literaria, acepta los influjos de Jorge Teillier y Pablo Neruda. La palabra clave es azul, porque es el color del oriente, desde donde habrían arribado los primeros mapuches a poblar este rincón del planeta. Simboliza, además, un sentimiento: la ternura, el amor al terruño. Sin embargo, rechaza racionalizar la mitología, arguyendo que su cultura indígena no se limita a lo mensurable. “Rahue es el lugar de la pureza, donde reside lo positivo y lo negativo; juntos crean un equilibrio. No poseemos una religión, sino una espiritualidad, y uno puede optar por la preservación de ambos aspectos para saber cómo conducirse con dignidad”.
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