Pobres tipejas sangraban como tinajas viejas. Despojadas de amor propio y desprovistas de amor ajeno, siempre con el ojo en el otro apuntando con el dedo. Tan redundantes, escalofriantes, espeluznantes... La misma observación carente de fundamentos sobre la que necesitaban sostenerse para no caerse al verse tan lejos. Siempre cuchicheando jamás pensando, sus vidas transcurrían atentas a lo que hacía la vecina, y entre ellas se decían lo poco que era la mina porque ellas no podían acercarse ni una milla. Eso en mi barrio se llama envidia.
by Eleo
18/12/2010
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