Minero, hombre que por llevar el pan a la mesa,
ese pan que tu mujer y tus hijos cada día esperan,
te arriesgas por llegar a lo más profundo de la tierra
entrando en el corazón de la misma naturaleza,
buscando el rojo del cobre o el dorado del oro
en medio de la oscuridad que a tus ojos ciega,
en esas marcas grabadas a fuego en la roca
en esas misteriosas, ocultas y ansiadas vetas,
que unos pocos gramos de tu sustento encierran.
Buscas el esquivo mineral haciendo un túnel entre las piedras,
con sólo la pequeña luz que de tu sudada frente agregas
a una oscuridad misteriosa húmeda, fría y silente
que solo el golpe de tus herramientas rompe fuerte.
Minero, hombre esforzado, trabajador doliente,
que vas excavando el interior de la majestuosa montaña,
buscando arrebatarle parte de sus tesoros ocultos,
rompiendo a golpes el secreto de su alma
y arriesgando tu vida al perforar sus sólidas entrañas,
dejas en ello toda tu fuerza y todo tu aliento
por cada gramo de mineral que la roca te regala.
Minero, hombre sufrido de rostro sucio y oscuro,
tu sacrificio jamás será bien recompensado,
eres sólo una pieza más del ensamblaje,
una pieza viva y fundamental de un trabajo duro,
que encaja preciso en la búsqueda de lo esperado.
Minero que te has acostumbrado a las largas faenas
en la oscuridad y el encierro de un quehacer rudo,
que has hecho del polvo y la picota tu diaria escena,
quiera siempre la imponente montaña en su magnificencia,
devolverte a la luz del sol y a los brazos de los tuyos.
María Elena Astorquiza V.
Santiago, 9 de Agosto del 2010
http://enmiplaya.blogspot.com/
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