La calle lo llama.
En la calle se salva.
Habla con la gente, sin sentirla.
Voces ajenas son sus amarras.
El barco de la locura
a duras penas,
anclado subsiste en la ensenada.
A pasos calmos regresa
la ausencia a su costado
incrustada.
Vuelve a la casa vacío;
vacío de ella, y de esperanza.
Cierra la puerta y queda solo.
Solo con el hueco que le legara.
En la alcoba lo aguarda un frío sólido.
Sólido, como de plata.
El sueño es ahora paraíso,
el recuerdo pena escarpada,
la almohada ¡qué abismo!
Doblez para su desgracia.
En los ángulos que la luz no irradia
asoman las uñas
de la estricta madrugada.
En la calle se salva.
Habla con la gente, sin sentirla.
Voces ajenas son sus amarras.
El barco de la locura
a duras penas,
anclado subsiste en la ensenada.
A pasos calmos regresa
la ausencia a su costado
incrustada.
Vuelve a la casa vacío;
vacío de ella, y de esperanza.
Cierra la puerta y queda solo.
Solo con el hueco que le legara.
En la alcoba lo aguarda un frío sólido.
Sólido, como de plata.
El sueño es ahora paraíso,
el recuerdo pena escarpada,
la almohada ¡qué abismo!
Doblez para su desgracia.
En los ángulos que la luz no irradia
asoman las uñas
de la estricta madrugada.
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