Una cama con vida propia, una cama que al acostarse, engendraba un amante que al instante desplegaba un miembro gigante y deseoso de penetrar una vagina ansiosa de expulsar sus néctares y recibir semen a borbotones. La había adquirido en un Sex Shop de un shopping poco convencional. El dato se lo había pasado una monja que guardaba celosamente el secreto bajo sus hábitos. Pero al verle su mirada, tan vacía de ese brillo que te deja una buena revolcada, se apiado de ella y se solidarizó, compartiendo con ella su secreto mejor guardado. Con razón el semblante de esa monja era diferente al resto.
En el apogeo de su orgasmo sintió elevarse al cielo.
En el apogeo de su orgasmo sintió elevarse al cielo.
Por primera vez en mucho tiempo le vio la cara a la felicidad. Y la felicidad se aprovechó y también tuvo sexo desenfrenado con ella. Luego se sumaron los demás sentimientos que se reunieron en una gran orgía de emociones encontradas. Cada uno le hizo el amor según su estado de ánimo, una y otra vez.
De repente, se vio sumergida en un orgasmo interminable y agotador, hasta que dejó de sentir sus piernas. Su cuerpo yacía laxo y sin fuerzas, no podía esbozar palabra, ni siquiera para pedir que se detengan. El placer se había transformado en dolor, sus zonas erógenas se habían prendido fuego con tanta fricción. Su clítoris chamuscado y humeante ya no servía y su sexo había quedado obsoleto como su cama mágica que se convirtió en su tumba. En su respaldo devenido en lápida decía: "Aquí yacen los restos de... ", su nombre nunca se supo, pero es lo de menos.
©by Eleo
05/09/2015
©by Eleo
05/09/2015
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