San Antonio de Areco, mi tierra natal, donde las raíces de mi alma se entrelazan con la historia y la tradición. Cuna de la autenticidad, donde el pasado y el presente se encuentran en cada esquina.
Recuerdo esas mañanas que traían consigo el perfume inconfundible del pasto recién cortado, mezclado con el aroma dulzón a tierra húmeda y jazmín.
De la cocina se desprendía el olor a tuco, cocción que mi abuela comenzaba muy temprano, para acompañar los fideos que, con manos arrugadas y a pesar de su artritis, impulsadas por el corazón y el amor a la familia, amasaban con ímpetu y devoción, los mejores fideos de la comarca.
El aroma al asado de los domingos y el rugir de la parrilla, mientras los fuegos hacían lo suyo. El chimichurri casero. La mesa llena de familiares y amigos, compartiendo risas y anécdotas y los infaltables partidos de truco. La sensación de pertenecer a algo más grande que yo mismo.
Y luego la siesta sagrada, dónde solo se escuchaba el zumbido monótono de las moscas y el susurro de las hojas de los ombúes.
En el espejo del río, quedaron reflejados los recuerdos de una juventud añorada. El Puente Viejo, ahora renombrado Puente Rosa, testigo silente de nuestras travesuras, nos llamaba a la aventura. Nos tirábamos desde su altura, el viento en el rostro, el sol en la espalda, y el agua fresca del río nos recibía con un abrazo refrescante. Un chapuzón liberador, un grito de alegría, y el mundo parecía detenerse en ese instante.
Otras veces, montados en nuestras bicicletas, mis amigos y yo, caña en mano, cruzábamos el puente con la ilusión de los pescadores, soñando con capturar el pez más grande del río.
El puente rosa, es un símbolo de nuestra libertad, un recordatorio de los días en que la vida era un juego, un reto, una aventura. Ahora, desde la distancia, lo miro y sonrío, sabiendo que aquellos momentos dejaron sus huellas en mi alma.
La nostalgia me envuelve como un abrazo cálido, al recordar las noches de verano, sentado en el patio de mi casa, tomándome unos mates con mi mamá y mi abuela, escuchando historias diversas que nunca llegué a saber si fueron verdad, pero no me importaba, solo deseaba que esos momentos siguieran ocurriendo. El mate amargo, compartido en ronda, la luna llena, el cielo estrellado, el canto de los grillos.
Me veo caminando por las calles empedradas, escuchando el sonido de los cascos de los caballos, el olor a cuero y la hierba fresca. Llego al Almacén de Ramos Generales, un universo de olores y texturas. El mostrador de madera oscura, pulido por años de manos rudas y conversaciones animadas, olía a azúcar quemada, a tabaco negro y a cuero viejo. Allí, entre latas de dulce de leche, yerba mate en paquetes gastados y herramientas de campo, se tejía la historia del pueblo. Don Miguel, el almacenero, con su delantal manchado y su sonrisa sabia, era el guardián de esas historias, un cronista silencioso de la vida gaucha. Él me contaba, con la voz grave y pausada, las leyendas pueblerinas, los cuentos de Güiraldes, que parecían cobrar vida entre las estanterías repletas de objetos cotidianos, cargados de memoria.
La cultura gauchesca, viva y palpitante, en cada gesto, en cada palabra. Los payadores recitando sus versos, los bailarines de zamba y chacarera, las manos entrelazadas, los pañuelos blancos y celestes al viento. Güiraldes, el gran escritor, quien inmortalizó nuestra esencia en Don Segundo Sombra: "El gaucho, ese hombre de campo, de llanura y de cielo, es el símbolo de nuestra raza, de nuestra historia, de nuestra alma".
En San Antonio de Areco, ese símbolo sigue vivo, y yo, humilde hijo de esta tierra, me siento orgulloso de llevar su esencia en mi alma, en mi corazón, en mi ser.
Mi lugar en el mundo. Donde la historia y la tradición se entrelazan con mi propia existencia. Donde la nostalgia y la querencia se convierten en un canto de amor a mi tierra, a mi gente, a mi cultura. Es más que un sentimiento, es una parte esencial de mi ser, una raíz profunda que me conecta con mi historia, con mi familia, con mi identidad.
© by Eleo
Este relato forma parte de la Antología Crepúsculo de la Sociedad Argentina de Escritores: "Raíz de mi lugar". Tradiciones y Cultura