de Eleonora Valentini

de Eleonora Valentini

BIENVENIDOS A BORDO

Bienvenido a mi universo interior para quien encuentre en él un pedacito del suyo.


Me deleita desear el mejor viento solar. En este saludar late un venerar a la pulsión de poesía que arde en el viento del sol y un mensaje de fuerza, energía e infinita esperanza.


"Que el viento solar sople siempre en tu camino"

sábado, 4 de enero de 2025

Butterflies

 Al igual que las orugas que se transforman en mariposas, ellos habían experimentado una metamorfosis profunda. Aunque sus capullos de inseguridad y duda, aún no se habían desvanecido. ⠀

Justo cuando estaban listos para volar juntos, se dieron cuenta que sus rutas migratorias los llevaban en direcciones opuestas. Aunque sus alas ahora eran fuertes y hermosas, no podían continuar en la misma dirección. 

Con un último vistazo hacia atrás y un suspiro de melancolía, se despidieron y emprendieron sus respectivos viajes. ⠀

Cada uno voló solo, pero con la certeza de que el profundo amor que sintieron el uno por el otro había sido real. Que ese amor había impulsado su transformación y los seguiría impulsando. Siempre llevarían consigo esa conexión y esa magia que habían descubierto en su tiempo juntos.

© by Eleo



A través de sus ojos

San Antonio de Areco, mi tierra natal, donde las raíces de mi alma se entrelazan con la historia y la tradición. Cuna de la autenticidad, donde el pasado y el presente se encuentran en cada esquina.

Recuerdo esas mañanas que traían consigo el perfume inconfundible del pasto recién cortado, mezclado con el aroma dulzón a tierra húmeda y jazmín.

De la cocina se desprendía el olor a tuco, cocción que mi abuela comenzaba muy temprano, para acompañar los fideos que, con manos arrugadas y a pesar de su artritis, impulsadas por el corazón y el amor a la familia, amasaban con ímpetu y devoción, los mejores fideos de la comarca.

El aroma al asado de los domingos y el rugir de la parrilla, mientras los fuegos hacían lo suyo. El chimichurri casero. La mesa llena de familiares y amigos, compartiendo risas y anécdotas y los infaltables partidos de truco. La sensación de pertenecer a algo más grande que yo mismo.

Y luego la siesta sagrada, dónde solo se escuchaba el zumbido monótono de las moscas y el susurro de las hojas de los ombúes.

En el espejo del río, quedaron reflejados los recuerdos de una juventud añorada. El Puente Viejo, ahora renombrado Puente Rosa, testigo silente de nuestras travesuras, nos llamaba a la aventura. Nos tirábamos desde su altura, el viento en el rostro, el sol en la espalda, y el agua fresca del río nos recibía con un abrazo refrescante. Un chapuzón liberador, un grito de alegría, y el mundo parecía detenerse en ese instante. 

Otras veces, montados en nuestras bicicletas, mis amigos y yo, caña en mano, cruzábamos el puente con la ilusión de los pescadores, soñando con capturar el pez más grande del río.

El puente rosa, es un símbolo de nuestra libertad, un recordatorio de los días en que la vida era un juego, un reto, una aventura. Ahora, desde la distancia, lo miro y sonrío, sabiendo que aquellos momentos dejaron sus huellas en mi alma.

La nostalgia me envuelve como un abrazo cálido, al recordar las noches de verano, sentado en el patio de mi casa, tomándome unos mates con mi mamá y mi abuela, escuchando historias diversas que nunca llegué a saber si fueron verdad, pero no me importaba, solo deseaba que esos momentos siguieran ocurriendo. El mate amargo, compartido en ronda, la luna llena, el cielo estrellado, el canto de los grillos.

Me veo caminando por las calles empedradas, escuchando el sonido de los cascos de los caballos, el olor a cuero y la hierba fresca. Llego al Almacén de Ramos Generales, un universo de olores y texturas. El mostrador de madera oscura, pulido por años de manos rudas y conversaciones animadas, olía a azúcar quemada, a tabaco negro y a cuero viejo. Allí, entre latas de dulce de leche, yerba mate en paquetes gastados y herramientas de campo, se tejía la historia del pueblo. Don Miguel, el almacenero, con su delantal manchado y su sonrisa sabia, era el guardián de esas historias, un cronista silencioso de la vida gaucha. Él me contaba, con la voz grave y pausada, las leyendas pueblerinas, los cuentos de Güiraldes, que parecían cobrar vida entre las estanterías repletas de objetos cotidianos, cargados de memoria.  

La cultura gauchesca, viva y palpitante, en cada gesto, en cada palabra. Los payadores recitando sus versos, los bailarines de zamba y chacarera, las manos entrelazadas, los pañuelos blancos y celestes al viento. Güiraldes, el gran escritor, quien inmortalizó nuestra esencia en Don Segundo Sombra: "El gaucho, ese hombre de campo, de llanura y de cielo, es el símbolo de nuestra raza, de nuestra historia, de nuestra alma". 

En San Antonio de Areco, ese símbolo sigue vivo, y yo, humilde hijo de esta tierra, me siento orgulloso de llevar su esencia en mi alma, en mi corazón, en mi ser.

Mi lugar en el mundo. Donde la historia y la tradición se entrelazan con mi propia existencia. Donde la nostalgia y la querencia se convierten en un canto de amor a mi tierra, a mi gente, a mi cultura. Es más que un sentimiento, es una parte esencial de mi ser, una raíz profunda que me conecta con mi historia, con mi familia, con mi identidad.

© by Eleo

Este relato forma parte de la Antología Crepúsculo de la Sociedad Argentina de Escritores: "Raíz de mi lugar". Tradiciones y Cultura


La Bacha

 Ahí estaba frente a su bacha que la interpelaba, entre los trastes y la esponja gastada, aparecía ese amor que no fue nada y como el detergente entre sus manos, se diluyó sin dejar rastros. ⠀

Se preguntó, mientras enjuagaba una taza, por qué las señales se desvanecieron, por qué su universo volvió a ser pequeño. Tan pequeño como la cucharita de café que estaba lavando, como ese café que nunca se tomaron. La taza vacía y limpia, parecía burlarse de ella, recordándole lo que nunca fue. 

Tenía sus manos sumergidas en agua tibia y detergente, cuando recordó, que jamás esas manos lo habían acariciado y comenzó a moverlas con ritmo frenético, como si intentará borrar los recuerdos junto con la grasa adherida a los platos. Maltrató a la esponja, la estrujo cuanto pudo y la refregó con fuerza, pero los recuerdos permanecían ahí, inmóviles. La esponja cansada fue testigo silencioso de cada uno de sus pensamientos e intentó sin éxito, absorber cada gota de su pasado.

Pero cada obstinado plato sucio era un recuerdo difícil de sacar, como la grasa que se resistía a desaparecer. Ella seguía frotando, seguía lavando, como si intentara borrar la dolorosa certeza de que aquello que había sido, y ya no era.

Los cacharros de acero inox, como espejos implacables, reflejaban su imagen fragmentada. Cada olla, cada cucharón, le devolvía un pedazo de su rostro, distorsionado y desenfocado. Su reflejo, partido en trozos, la devolvía violentamente a su presente, la realidad la golpeaba con fuerza. La mujer que veía en esos reflejos no era la misma que había vivido aquel amor. Era una versión más cansada, más desgastada, más real.

La bacha, que había sido testigo silencioso de su viaje en el tiempo, ahora la miraba con una crudeza que la hacía sentirse desnuda. El agua jabonosa, que había sido un vehículo para sus recuerdos, ahora era solo un líquido sucio que necesitaba ser enjuagado. Los cacharros de acero inox, que antes habían sido solo objetos inanimados, ahora parecían contener una profundidad que la hacía sentirse parte de algo más grande. Su reflejo, aunque distorsionado, ahora parecía contener una verdad que no podía ignorar.

La realidad la había alcanzado, pero ya no era la misma. Algo había cambiado. Algo en su interior había comenzado a moverse. Todo era parte de una narrativa que la incluía a ella, a su pasado, a su presente y a su futuro.

Con una sensación de aceptación, comenzó a enjuagar los platos, sabiendo que cada movimiento, cada gesto, era parte de una historia que se estaba escribiendo en ese momento. La bacha, que había sido un lugar de rutina, ahora era un lugar de creación. Y ella, la protagonista de su propia historia. ⠀

Se secó las manos, miró la bacha vacía y de repente, escuchó un sonido detrás de ella. ⠀

¿Era él? Había un hombre parado en la puerta de la cocina, con una taza de café en la mano: "Te preparé un café", dijo con esa sonrisa implacable que lo caracterizaba. ⠀

Ella se quedó sin aliento, incapaz de hablar. El tiempo parecía haberse detenido, como siempre cuando estaban juntos. ⠀

"¿Qué pasa?", preguntó él, acercándose a ella. "¿Estás bien?"⠀

Ella asintió con la cabeza, aún en shock.

"¿Qué es esto?", preguntó él, mirando la bacha vacía. "¿Una metáfora de nuestra relación?" Y afirmó: "Me gustan las historias con finales abiertos". ⠀ En ese momento, ella supo que la historia no había terminado. ⠀

Que la vida es un libro que se escribe cada día, y que el final es solo un nuevo comienzo.

¿Había otra taza de café para lavar? ⠀


© by Eleo

Crisol de Paz

Entre las sombras de una noche eterna, busco la paz. Esa palabra que se desvanece entre las guerras y el desdén de quienes caminan ajenos al daño que causan, entre la apatía que deja al mundo huérfano de actos de amor y solo persiguen rastros de dolor y muerte.

Es en ese crisol de emociones, donde surge la certeza de que la paz es un camino, no un destino. Un sueño que late en mi pecho, un anhelo que me consume, una llama que arde en la oscuridad.

No es la ausencia de conflictos, ni el silencio de las armas, sino la presencia de la justicia, la equidad y la compasión. Es el reconocimiento del otro, en su diversidad y singularidad, es el abrazo que cierra las heridas y cura las cicatrices.

En este mundo de espejos rotos, donde la verdad se fragmenta, la paz es un espejo intacto, que refleja la humanidad. Es la mano que se tiende, al compás de un corazón que late con empatía.

No es una utopía lejana, ni un sueño irrealizable, sino una posibilidad cercana, que late en cada uno de nosotros. Es la elección diaria de amar y perdonar, de elegir la vida y rechazar la muerte.

Caminemos hacia la paz con esperanza, con pasos firmes y lentos, de ojos que ven más allá de la noche cerrada y sin luna. Porque la paz debe ser esa luz que guíe en la oscuridad a los que no tienen voz, pero aún tienen vida.

© by Eleo

Ph: Eleo Valentini