El artista hace referencia al cambio climático, pero no desde una visión pesimista,
sino desde una advertencia que interpele a quienes son responsables de detener
el caos y no lo hacen, quienes tienen que dejar de emitir gases de efecto
invernadero y parecen no estar tomándolo en serio, de hecho, se tardaron 20
años en lograr el acuerdo de París sobre los topes de emisión. El
soldado, es quien representa este poder que siempre tiene la última palabra y
no nos permite a nosotros como sociedad llevar a cabo los cambios
que desearíamos.
Los científicos afirman que por más que cuidemos al planeta, los países que contaminan
en grande: Estados Unidos; China y la India, deberían dejar ya sus modelos
productivos. En este sentido, el primero intenta desestimar la teoría del
calentamiento global, en virtud de defender los intereses de las grandes corporaciones,
como el mono en la TV prendida fuego, que simboliza la negación de muchos
medios a tratar el tema.
La figura principal de la obra es la mujer que representa a la naturaleza, quebrada,
rota. En su pecho abierto la corteza seca del árbol que asoma, nos habla de su
infertilidad. Los materiales como las bolsas de residuos o la latita en el ojo,
aluden a la contaminación, los desperdicios con los que ensuciamos al planeta.
En el cielo una lucha de energías, la pelea eterna entre el bien y el mal que
se lleva a cabo invisible a los ojos del hombre.
Esta escena apocalíptica refleja la necesidad de Ruiz de expresar en su arte las
cuestiones filosóficas que lo interpelan, su forma de ver la humanidad; cómo
llegamos hasta acá y cómo imagina nuestro futuro.
Eleonora Valentini
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